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sábado, 27 de agosto de 2011

ETER


Las palabras no dichas son espacios tangibles de miedo que claman al viento por aire que libere el ahogo. Como bloques de ladrillo, ellas fueron construyendo la muralla de silencio que aisló a Diana del mundo.
Ella se hizo pequeñita, tan pero tan minúscula, que se introdujo en el monitor de la pc y se perdió en el éter de Internet. Se sintió plena y libre allí. Una carita feliz reemplazaba  su sonrisa. Una carita triste evitaba las lágrimas. Un “Te quiero” virtual impedía el contacto personal. Los “amigos” cibernéticos suplantaron a los de carne y hueso, esos que tanto trabajo cuesta mantener y frecuentar. Una manito con el dedo hacia arriba ahorraba explicaciones, razonamientos y saliva.
En esa sustancia brillante que respiran los dioses del cyberespacio, ella sepultó el grito de terror que provoca hacerse cargo de la propia existencia.
Y nunca más volvió a respirar el pesado aire que inhalan los mortales.

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