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domingo, 4 de abril de 2010

LO INASIBLE EN LA ESPALDA

Suspendido entre las formas desdibujadas por la penumbra, y mucho más liviano porque el instante se detuvo sin que el espacio le brinde abrigo, el hombre acariciaba la espalda de la mujer que yacía acostada a lo largo de su cuerpo. Tal como el vuelo de una golondrina extraviada, sus manos se alojaron en la zona de los omóplatos y sus dedos la recorrieron casi con ansiedad.
-Todavía busco las alas, pronunció cómplice de poetas y juglares, inaugurando el código oculto de aquel puente transparente sin cadenas y sin nombre.
La mujer levantó levemente su cabeza hasta el preciso lugar en que casi sus labios rozaban la mandíbula masculina, apoyó su cabeza sobre una de sus manos, e hilvanó en palabras la única certeza con respecto a los ángeles.
- No las busques allí. No están ahora. Si cierras los ojos y te concentras, percibirás que están en mis manos cuando acaricio tu rostro, en mis dedos cuando aliso el surco de tu entrecejo, en mi mirada cuando se pierde y se reconoce en la tuya, en mi boca cuando juega en tus labios olor a menta. Son inasibles. Jamás van a dejar que las toques. Tampoco se deslizan. Habitan en tu lugar y en nuestro tiempo. No me acompañan al partir. Se pliegan en si mismas y me esperan en el hueco de tu almohada. Sólo de tanto en tanto, se escapan y juegan como niñas traviesas. Son invisibles. Es entonces cuando percibes una esencia intangible que se cuela en tus sentidos. Tan invasiva, embriagadora y potente que se adhiere a tu cuerpo y me evoca a su merced.

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